Hace tres días se cumplieron 10 años del fallecimiento de
Canelo, el perro que espero durante doce años en la puerta de un hospital de
Cádiz a su dueño fallecido; dejó este mundo bajo las ruedas impías de un
conductor que ni siquiera paró a socorrerlo.
Los periódicos escribieron sobre él: “la vida de Canelo se
escurrió por la estela dibujada con su lealtad, pero nos dejó lo único que nos podía dejar; un inolvidable mensaje de amor”.
El
paso del tiempo no ha borrado su huella, grabada en una placa, obra de la
escultora Presentación Navarro, en la pared de la calle adyacente al hospital
Puerta del Mar, más conocido como “la residencia”, para la mayoría de los
gaditanos, en cuya puerta de entrada estaban los cartones que componían su refugio,
en el que se le ve en inconfundible postura de echado, obviamente a la espera
de su amo. Su infortunio permanece unido a la memoria de aquellos que lo
amaron, quienes al pie de la placa estamparon esta leyenda:
"A
Canelo, que durante 12 años esperó a las puertas del hospital a su amo
fallecido. El pueblo de Cádiz como homenaje a su fidelidad. -Mayo de
2003".
Corrían
los años 90 cuando arrancó la historia de Canelo, nombre que le dieron el
personal del hospital que lo atendía a diario, durante su larga espera, y que
no era otro que el color de su pelaje, un color canela que paseó por todos los
rincones y calles de su Cádiz, el lugar donde nació, acompañado siempre de su
dueño, un mendigo vagabundo y conocido del pueblo. Unas veces jugando con su
propia sombra, y otras meditativo y silencioso, contemplando los bellos atardeceres
desde el paseo marítimo de la renombrada ciudad fenicia. Siempre arropado por
la segura sombra del pobre hombre, quien seguramente encontraba en el animal un
alivio para esa horrenda soledad que debe de ser el verse perdido y abandonado
por la vida en las inhóspitas calles en los largos meses de invierno de
cualquier ciudad del mundo, por muy bella que esta sea en verano.
Era
Canelo, quien cada semana, le acompañaba hasta la puerta misma del hospital,
donde tenía que someterse a una diálisis que le limpiara el veneno de sus
riñones, que le otorgaban una salud quebrada y con pocas miras de mejorarse,
allí le decía -¡espérame aquí compañero!, y allí permanecía el animal hasta su
salida, su mirada siempre atenta a todos los que entraban y salían por aquellas
enormes puertas acristaladas, hasta que la visión de su amo, renovada su sangre
y su energía para otra semana, le traía los pocos momentos de alegría que de
seguro compartían juntos.
Pero
un día su dueño no apareció, y Canelo se quedó allí, sin saber que ocurría en
las entrañas de la enorme mole del hospital que parecía habérselo tragado. La
salud del hombre se había resquebrajado por completo, y se había quedado ingresado,
y fueron varios días hasta que consiguió que las enfermeras y personal del
hospital accedieran a mirar si su querido perro seguía allí. El caso es que
nadie había conseguido alejar al pobre y paciente animal apenas unos pocos
metros del lugar, él sabía que su dueño estaba allí y de allí nunca más se
movería.
Pasaron
los días, las semanas, los meses, la vida de aquél hombre se extinguió entre
aquellas paredes, y el animal, ignorante de su destino seguía fielmente
esperando el regreso de su amigo.
Pronto,
la gente del lugar, taxistas, pacientes, enfermeros, médicos, todos
comprendieron que la soledad de aquel perro era producto de su lealtad y
fidelidad a su único amigo conocido, un mendigo, y entre todos comenzaron a
cuidarlo con respeto y mucho amor.
Su
historia saltó al mundo, y hasta la
BBC le dedicó un precioso documental, su vida se cantó en
carnavales, y hasta desde la misma América le enviaron una caseta de perro para
que viviese mejor cobijado del frío marítimo gaditano durante los inviernos,
caseta que no pudo ser colocada ante la negativa del ayuntamiento, pero que no
impidió, que aún siendo un “sin techo”, como su amo, estuviese arropado siempre
por el inmenso amor que le regaló el pueblo entero de Cádiz y muchos de sus
visitantes, quienes siempre respetaron su deseo de no pertenecer a nadie, ya
que a pesar de todos los intentos para darle un hogar, él siempre regresaba a
aquella puerta del hospital donde vivió los últimos doce años de su vida.
Cuando
la perrera municipal se lo llevó, ante la denuncia de un insensible vecino que
no estaba de acuerdo con su presencia en los alrededores del hospital, el
pueblo entero se echó a la calle, apoyado por AGADEN (Asociación Gaditana para la Defensa de la Vida y el Estudio de la
naturaleza), y consiguió ponerlo de nuevo en libertad, esta vez con todos sus
papeles en regla, incluyendo vacunas y chapa, y así se convirtió en el perro de
todos los gaditanos, que hicieron que su soledad se convirtiera en un himno
para la fidelidad y el amor que sólo un perro puede entregar.
Así
que desde aquí, mi recuerdo más sincero a la memoria de Canelo, y les dejo este
vídeo en el que se puede ver al noble animal paseando por las calles gaditanas
como homenaje a su memoria.
“La muerte es algo que no debemos temer porque, mientras somos, la muerte
no es y cuando la muerte es, nosotros no somos”
Del filósofo Epicuro
Preciosa historia de amor Lola la verdad es me emocionó leerla.Gracias por compartirla
ResponderEliminarQue bonita historia Lola. Increible la lealtad de los animales, tendriamos que aprender mucho de ellos. Un beso enorme
ResponderEliminarQue bonita historia Lola. Increible la lealtad de los animales, tendriamos que aprender mucho de ellos. Un beso enorme
ResponderEliminarToda una muestra de fidelidad .
ResponderEliminarSe me han saltao las lagrimas.
Toda una muestra de fidelidad .
ResponderEliminarSe me han saltao las lagrimas.