Domingo, 16 de diciembre, podría ser
cualquier otra fecha, pero no, hoy hace 10 años que el cementerio de mi pueblo
recogió el cuerpo de mi madre, en un nicho donde ya llevaba el cuerpo de mi
progenitor diez años de enterrado, y digo que recogió el cuerpo, porque estoy
segura de que su espíritu voló hacia otras lejanas tierras en el momento en el
que abandonó su envoltura material, y eso me hace feliz pensarlo, aunque sé que
a pesar de todo ella hubiese estado contenta de saber que el cuerpo del que fue
su marido estaría bajo sus pies toda la eternidad, ¡irónico momento!.
No dejaría de ser otro 16 de diciembre
más, de los diez que han pasado, sino fuese porque mañana, día diecisiete, por
fin voy a ver a mi oncólogo, la segunda visita de revisión, y aunque, la verdad
sea dicha, siento que voy a estar bien, no puedo dejar de tener un viso de
preocupación, que no ha conseguido disminuir mi entusiasmo en este último fin
de semana, donde me siento y sé que
estoy completamente sana como una pera, ni siquiera las terribles noticias
acaecidas en estos últimos días en el mundo han conseguido bajarme el ánimo,
aún sintiéndome extrañamente egoísta por ello.
Realmente el tiempo se ha comportado,
mucho frío, muchas nubes amenazadoras, pero no ha derramado ni una gota de la
lluvia que parecía que iba a descargar con toda su fuerza, dándonos la
oportunidad, a mí y a mi pequeña familia, y a algunos otros valientes que nos
encontramos ayer, de disfrutar de un bonito paseo, mecidos por el inconmensurable
rugido de las olas del mar al chocar contra la ahora desierta y vapuleada playa
que tanto disfrutamos durante el verano.
Millones de piedras grises, blancas,
negras, pequeñas, grandes, atrapadas muchas de ellas entre la debris arrojada
por el mar en los pocos temporales que llevamos en este otoño, porque todavía
no ha comenzado el invierno; troncos retorcidos y secos, algunos palos medio
quemados, restos de hogueras apresuradas, de buen seguro hechas por los pocos
pescadores que se podían ver regados a todo lo largo de la enorme playa.
Mientras, las gaviotas continuaban jugando con las ahora grises y espumosas
olas, o paseaban sorprendidas por la escarpada orilla, regada de toda suerte de
objetos inexistentes en el verano.
Mi perra, Carlota, a pesar del frío,
corría de un lado a otro intentando atrapar olas con la boca, como en el
verano, pero al estar más cerca de la arena que del agua, y algo más torpe que entonces,
no fueron pocas las veces que terminó con el hocico lleno de arena. Disfrutaba del
largo paseo encantada, corriendo hacia un atardecer que se divisaba hacia la
parte de Estepona en todo su esplendor. Destellos cegadores de sol con jirones
de colores malvas y rojos, que se escapaban por debajo de las oscuras nubes
grises que seguían amenazantes, pero que apenas dejaron escapar algunas tímidas
gotas que ni siquiera mojaban la cara.
Al regreso, y casi en la misma playa,
entramos a visitar a nuestros amigos que tienen el privilegio de vivir muy
cerca del mar, después de un reconfortante té, volvimos a dejar a Carlota en la
casa, y luego fuimos a recoger a nuestra niña, que llevaba toda la tarde en
casa de su amiga, haciendo un trabajo con otras compañeras. En la casa de estos
amigos, Mercedes y Enrique, me comí un trozo de bizcocho como hace mucho tiempo
que no me comía, (sin que estuviese hecho por mí me refiero), aparte de probar
mis dos primeros polvorones de navidad, que el año pasado no pude comer porque
me era imposible tragármelos, recién terminada la “sufrina”, como llamaba yo a
la quimioterapia, así que este año pienso saborearlos como nunca.
Al regreso, y después de un par de horas
de espera, hemos disfrutado de una cena totalmente exótica, arroz basmati con
langostinos a la salsa de curry, con una ensalada de cilantro y tomates picados,
preparada obviamente por mi estupendo chef particular, que no es otro que mi
querido marido, que se había afanado en la cocina mientras yo me sumergía en
uno de los capítulos de mi próxima novela, y que regamos con una copa de un
rioja normalito, pero riquísimo, del que hemos disfrutado los dos.
Ha sido mi deseo, un sábado como si
estuviésemos cenando fuera, con un sentimiento placentero y de plenitud, lo que
me ha deparado de una buena noche de descanso, hasta esta mañana, en el que el
día me ha vuelto a saludar de nuevo con un sol más brillante que el de ayer,
que nos ha llevado hasta el cercano pueblo de Estepona, donde hemos caminado
por sus empinadas y empedradas calles, hasta encontrar la plaza del reloj,
donde estaba el mercadillo solidario de las Ampas, y en la que no estaba la que
íbamos buscando, que no era otra que la del instituto donde estudia mi hija,
aunque sí pudimos compartir una agradable charla con el director, que sí se
encontraba. Realmente no nos importó al
final, pues a la vuelta, y justo en la esquina de donde estábamos, nos topamos
con el Belén Municipal, que era absolutamente asombroso. Ocupando el patio
interior de la delegación de participación ciudadana, en un despliegue de
imaginación y horas de trabajo, han montado toda la historia del nacimiento, y
se ve desde Belén, hasta Jerusalén, Nazaret, los romanos, pastores,
carpinteros, hombres vareando olivos, mujeres lavando la colada en ríos y
cascadas, que llevan agua tan real como si fuese el mismísimo lugar donde
Cristo vino a nacer. Reyes magos, ángeles,
mulas y bueyes, cerdos, pollos, hasta pavos, que realmente no deberían
de estar, ya que los descubrió Colón cuando fue a buscar su India particular y
se topó con América en vez, este detalle que quizás en otra época de mi vida ni
siquiera habría notado, hoy me ha llenado de orgullo explicárselo a mi hija, y
me he sentido muy, pero que muy feliz.
He seguido disfrutando del domingo ya en
la casa, donde disfruté también del atardecer desde la terraza de arriba,
luego, escribiendo mientras escuchaba música en mi cadena de radio favorita,
mepocamusic-online, y saludando de vez en cuando, en cortos chateos, a mis
queridos amigos feisbuqueros, que siempre se preocupan y me preguntan por mis
proyectos y resultados, y ahora, al filo ya de la media noche, creo que ya es
hora de recoger velas y retirarme a meditar antes de dormir, a poner en orden
todas las emociones de estos últimos días, y sobre todo, a llenarme de energía
renovadora, que hará que mañana por la tarde, cuando me siente frente a mi
doctor, esté totalmente relajada y segura de que todo está como tiene que
estar, y que nunca más voy a volver a sufrir lo mismo otra vez.
Con ese convencimiento y este precioso mantra de sanación te dejo Mundo,
aunque no se te olvide que también estaré siempre preparada para cualquier
circunstancia, recuerda que todo es una cuestión de actitud, y que yo me pongo
los tacones y ¡salgo a pisotear la tristeza!
Buenas noches querido planeta mío!
Tayata Om Muni Muni Maha Munaye Soha!
Elevation!
Querida Lola me encanta como escribes que envidia me das así lo quisiera para mi.Por lo de tu madre es algo que todos tarde o temprano(esperemos que sea tarde)tendremos que pasar y a estas horas espero que tu Dr. te halla dicho que está todo bien un abrazo Aurea
ResponderEliminarVivo con el factor tiempo al límite, pero cuando tengo un chance te leo. Me encanta como escribes, y es un placer pasear mi vista por todo ese conjunto de palabras que llegan al corazón, y en muchas ocasiones, también a los labios para esbozar sonrisas. Algo nos unió en el 2002,el próximo 10 de enero, hará once años que el cementerio de Granada recogió el cuerpo de la mía, y en este caso, fue su madre quien quedaría a sus pies para la eternidad.
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