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Belén y árbol de hace dos años |
Hoy, 4 de diciembre, mientras que mi
marido se ha despertado a su cuarenta y ocho vigésimo aniversario de
nacimiento, una servidora amaneció más o menos como se acostó, o sea preocupada.
A las nueve de la mañana me han hecho la segunda mamografía de mi vida, una
extraña sensación me envolvió cuando llegué a los pies de la enorme mole que es
el hospital, en todo su contexto, por grande, por cemento y por la cantidad de
gente que pululan en su interior y alrededores.
Menos mal que hoy también amaneció
soleado, de hecho una mañana preciosa, porque si al enorme frío que hace le
añaden lluvia o nublado, de seguro que mi ánimo hubiese bajado unos grados más.
Muy diferente visitar el hospital en
diciembre a junio, cuando fue mi última visita, los cuerpos ateridos de frío de
los transeúntes y visitantes se abrazan asimismos, y al mismo tiempo ponen una
muralla entre ellos y el resto de los problemas de los demás, nada del sentido
amigable de verano donde todo el mundo sonríe y saluda por el simple hecho de
que hace sol y calor, ahora no.
Yo lo he notado especialmente, ya que
dada mi extrovertida personalidad, y la táctica que uso para alejar de mí las
preocupaciones, que no es otra que hablar por los codos, contar chistes, y todo
lo imaginable, como por ejemplo, hoy decidí llevar mi libro conmigo, son muchas
las amistades conocidas entre sus muros, y sabía que muchos se alegrarían de
saber que ando tan atareada e ilusionada, pero a algunos pacientes que andaban
por allí esperando no les hizo mucha gracia mi exaltación de felicidad,
especialmente por ser tan temprano, y por el lugar donde me encontraba.
Lo notaba por la seriedad de sus rostros,
en su ceño fruncido, mientras yo hablaba con las recepcionistas y enfermeras
del mostrador en un pequeño paréntesis en el que no había nadie preguntando o
rellenando papeles o mirando su cita, o sea, que no estaba interrumpiendo nada
ni a nadie, ellos simplemente tenían que esperar, lo mismo que yo, a que les
llegara el turno de entrar a enfrentarse a las frías máquinas que esperan
agazapadas en los fríos cubículos donde las radiaciones campan a sus anchas.
Pero de repente todo cambió, bastó una
simple sonrisa y una pregunta, me acerqué a un par de chicas que esperaban
todas serias y con cara de pocos amigos, las noté muy desesperadas, o sea,
hartas de esperar más bien.
-¿Es vuestra primera vez? - Asintieron
con la cabeza, casi a punto de las lágrimas, y enseguida les contesté - ¡no te
preocupes mujer, ya las mamografías son muy rutinarias, apenas duelen, y seguro
que no encuentran nada, que es lo normal!
-Pero…¿y si encuentran? –
- ¡Pues nada hija, si lo encuentran, te
preparas, luchas, te operas y continua viviendo, justamente como he hecho yo y
millones como yo, pero hasta que no lo encuentren para que vas a preocuparte!
En ese mismo instante algo en mí cambió,
al recomendar a aquellas asustadas desconocidas que parasen su preocupación por
algo que no había sucedido aún, lo cual es mi máxima absoluta, dejé de estar
preocupada yo.
Cuando entré a mi habitáculo miré a las
máquinas de otra manera, ya no me parecieron tan inhóspitas, e incluso me
acordé de pedirle a la técnica que tan amable y amorosamente me trató, el
desconocido guarda-tiroides.
Se sorprendió de que lo pidiera, de hecho
me dijo que a ella nunca se lo había pedido nadie, me señaló un papel en la
pared donde hablaba de la necesidad o no de utilizarlo, según un estamento de
los USA, donde concretamente dicen que son muy pequeñas las cantidades de
radiación como para preocuparse en demasía, y que lo dejaba al gusto del
consumidor más o menos. Le insistí, y hoy me hicieron la mamo con una especie
de babero muy sicodélico, por el estampado, rodeando mi garganta, entorpecía un
poco la maniobra, pero lo subsané recogiéndolo un poco hacia dentro.
Cuando he terminado, después de mirar las
profundidades de mis dos pechos en la tétrica pantalla del ordenador, donde
esas rayas blancas se confunden entre oscuras lagunas de una masa mamaria que
yo adivino completamente sana y recuperada, y varias rayas más profundas que no
son otra cosa que los clips de mi intervención quirúrgica, que me acompañaran
para toda mi vida, le pregunté si se veía algo raro, me dijo que si quería
esperar, el radiólogo me lo podría decir.
Salí con toda la intención de esperar,
pero de repente me dí cuenta de que no hay porque acelerar las cosas, todavía
tenía que hacerme la ecografía, que me toca mañana, luego otro análisis más el
día diez, y hasta el 17 no tengo que ver a mi oncólogo, o sea que tiempo hay de
enterarse de las cosas, así que decidí salir de allí con la sensación tan buena
de salud y felicidad que tengo, el día sigue siendo precioso, a pesar del
viento frío que azota la cara, y he disfrutado del corto paseo, que hoy hicimos
más largo, pues hemos ido a la leñera, a comprar leña para la chimenea.
Yo nunca había ido, es un lugar precioso,
en los alrededores de San Pedro, y lo que me ha impactado ha sido la cantidad
inmensa de leña de todos tipos que hay, y la enormidad de algunos troncos, que
esparcidos por el lugar, siguen dando fe, aún en su final, de cuan majestuosos
fueron un día cuando sus copas coronaban los bosques. Ni tan siquiera enseñando
sus desnudos cuerpos daban sensación de fragilidad, y me los imaginé cual
molinos de viento, enfrentándose con todas sus ramas y todo su follaje a los
aguerridos leñadores que de buen seguro sufrirían lo suyo para abatir a
aquellos gigantes del bosque.
Mientras yo me transportaba hacia
avezadas y fantásticas batallas, el caballero del caballo de hierro, cargaba
nuestro vehículo con trozos retorcidos de chaparro y olivo, que tendrán que
abastecer de calor nuestro hogar durante todo este mes de navidad, que este año
habrá que celebrarla con más esfuerzo, no sólo por nosotros, sino por casi
todos los habitantes de esta enorme piel de toro que es nuestra amada tierra
española.
Y en esto andaba yo cuando de repente
recordé algo, que este año los belenes nos saldrán más baratos, de momento, y
según dice su santidad el papa, ni mulos ni bueyes, en el portal no había
nadie, sólo María y José, y el pobre niño Jesús arreciito de frío, sin aliento
de animales que lo calentaran, y este año, además, nada de que los reyes magos
venían de oriente cargaditos de regalos, ¡que va!
De aquí al lado, en la misma Andalucía,
quizás un gaditano, desde Barbate, con pestiños navideños rebozados de miel y
fritos con matalauva, un sevillano, con su cajita de polvorones de la Estepa, y acompañados de un
malagueño, con sus roscos de vino dulce de Málaga.
Todos ellos, y a pesar de la crisis,
seguro que encuentran la manera de agasajar al niño, porque a pesar de todo,
dentro de los corazones de los andaluces, de los gallegos, catalanes,
madrileños, canarios, extremeños, maños, y de todos los que hoy se sientan
españoles, muy, muy en el fondo, duermen agazapados millones de sueños que
todos hemos tenido durante nuestra infancia y la adolescencia, sueños que
todavía hacen brillar esa pequeña luz de esperanza, de que el próximo año todo
será mejor, y por mucho que diga el papa, en nuestra casa no faltarán ni la
mula ni el buey, ni los tres camellos que transportarán a sus majestades desde
las áridas tierras de Oriente siguiendo la estrella de la buenaventura.
¡Feliz Navidad!